Las condiciones de vida totalmente antinaturales de estos animales en cautividad, pueden afectar gravemente a su bienestar tanto físico como psicológico.
La artificialidad de estos centros empieza por las piscinas de reducidas dimensiones, poco profundas y de agua tratada químicamente. El agua de estos tanques suele consistir en agua dulce con sal y aditivos químicos, cómo el cloro. Aun así en ciertos centros es frecuente la presencia de microbios, algas y otras partículas que pueden afectar a los animales. Muchos adiestradores sufren de la exposición a altos niveles de cloro y los delfines, que viven en contacto constante con esta sustancia, suelen mostrar muchos problemas en la piel y en los ojos debidos tanto a la presencia de este químico como a los desequilibrios en el pH del agua.
La música a todo volumen y otros ruidos cómo los repetitivos de las bombas de agua y los filtros, pueden causar un estrés considerable a los cetáceos que dependen en gran parte de sus sentidos auditivos para reconocer el mundo que les rodea, no en su visión. En algunos delfinarios, los animales no tienen acceso al aire libre y por tanto viven sin acceso a la luz natural y posiblemente sin ventilación suficiente.
En cautividad raramente usan su sónar natural –un sentido altamente sofisticado que les permite reconocer su entorno, pescar y comunicarse. Al no tener nada que descubrir en las piscinas vacías, raramente emiten sonidos bajo el agua (sólo realizan los nasales inducidos por el hombre para el espectáculo) y se apoyan más en estímulos visuales. En algunos tanques, el sónar puede rebotar en las frías paredes y los ruidos, como aquellos provenientes de las bombas de circulación, pueden afectar los umbrales de percepción auditiva de los animales. Esto explica por qué algunos cetáceos han chocado contra las paredes de los tanques resultando heridos e incluso muertos.
Otro aspecto importante en muchas de las instalaciones es la falta de sombra. Ésta puede afectar la sensible piel y los ojos de estos animales, incluso provocándoles cataratas. Aunque en la naturaleza no disponen de sombra, pasan la mayor parte de su tiempo sumergidos a profundidades en que los rayos ultravioletas tienen pocos efectos sobre ellos. En cautividad, sin embargo, los tanques no son lo suficientemente profundos como para protegerlos de ellos. En muchos centros se puede observar a los animales con quemaduras provocados por los rayos del sol o protegidos de ellos con cremas.
En la naturaleza, los cetáceos son animales activos; nadan entre 95 y 160 km al día y a velocidades de hasta 40 km/h los delfines y 55 km/h las orcas, sumergiéndose a varios metros de profundidad - hasta 90 m- y pasando sólo un 10-15% de su tiempo en la superficie. Nadan incluso cuando “duermen”, siempre alerta y en movimiento lento. En cautividad es imposible recorrer estas distancias, se estima que una orca debería dar 1.400 vueltas diarias a su tanque para nadar lo que recorrería cada día en libertad. Incluso en algunas instalaciones las orcas no caben flotando verticalmente en sus tanques de lo poco profundos que son.
En la naturaleza estos animales viven en grupos de decenas e incluso centenares de individuos - se conocen grupos de hasta 1.000- con lazos sociales muy cohesionados y duraderos, especialmente entre las madres y sus crías, y algunos que duran toda la vida. Cooperan entre sí para pescar e incluso se ayudan cuando uno lo necesita. En cautiverio, se juntan delfines de distintos orígenes -extraños entre sí- creando grupos sociales totalmente artificiales que no les permiten establecer una jerarquía natural. Algunos animales son capturados de la naturaleza, otros nacidos en cautividad y de orígenes totalmente diferentes, pueden provenir de Japón o del Caribe por ejemplo. Esto puede llevar a problemas de socialización, al desarrollo de guerras de dominio, y a comportamientos agresivos entre ellos debido al estrés. Para mantenerlos calmados a veces se les suministran hormonas.
En los tanques, los cetáceos no tienen nada nuevo que descubrir y viven sin acceso a nada de lo que tendrían en la naturaleza. No suele proporcionarse a los animales con enriquecimiento ambiental –como estructuras, juguetes, texturas, peces vivos o vegetación- que les invite a desarrollar sus comportamientos naturales ni a distraerles.
Normalmente estos animales dejan de usar su sistema de ecolocalización porque no tienen nada nuevo que descubrir. En algunos tanques también hay ruidos que les molestan (música, bombas de agua, etc) y según el diseño del tanque, las ondas pueden rebotar de las paredes.
Al estar privados de variedad en un entorno completamente vacío, la falta de de cosas para hacer les aburre y no tienen suficientes estímulos ni hacen suficiente ejercicio. El estrés tanto social como físico les hace más propensos a sufrir enfermedades y deben ser suministrados con medicamentos de manera rutinaria.
Debido a estrés crónico, la depresión psicológica y otros factores, los cetáceos en cautividad se encuentran inmunosuprimidos - más propensos a sufrir enfermedades y menos capaces de luchar contra las infecciones. Por esta razón y por los diversos problemas de salud que pueden sufrir, son medicados rutinariamente. La primera tanda de alimentación del día suele ser pescado con vitaminas añadidas, medicaciones profilácticas contra los hongos, reductores de ácido gástrico y bloqueadores de histamina, entre otros, así como antidepresivos.
El estrés crónico también es la causa de muchas de sus dolencias: úlceras, vómitos y aumento de las glándulas adrenales (que producen hormonas imprescindibles para la vida, como el cortisol- relacionada con el estrés entre otras).
Delfines y orcas son animales depredadores que se alimentan de distintas especies de peces según la población. Sin embargo en cautividad se les alimenta de peces muertos y de un número limitado de especies que suelen ser arenques y caballa. El pescado congelado pierde nutrientes y agua, así que a menudo los cetáceos en cautividad se encuentran deshidratados y necesitan suplementos de vitaminas. A veces se les suministran bloques de gelatina para hidratarles o se les hidrata a la fuerza forzando un tubo directamente a su estómago. Este proceso es desagradable y doloroso para los animales, que tienen que sufrirlo varias veces por semana.
Las endoscopias se llevan a cabo a veces en estos animales especialmente por la ingesta de objetos extraños -como la pintura de las paredes u objetos que caen al agua. Se trata de un procedimiento muy incómodo, especialmente porque raramente se seda a los animales para ello.
La salud dental de los cetáceos en cautividad es especialmente delicada. En el caso de las orcas, se rompen o desgastan dientes al morder los barrotes o las paredes de aburrimiento. Estos dientes afectados son una vía de entrada para gérmenes y pueden provocar infecciones graves, incluso mortales. En el caso de los delfines, un comportamiento anormal que suelen mostrar es el de regurgitar su comida por aburrimiento o al copiar a otros que lo hacen. Cuando esto ocurre a menudo se dañan los dientes por lo que se les debe extraer o tratar. Los dientes afectados necesitan tratamientos de yodo y mediciones de la temperatura dental varias veces al día. Tratamientos que los centros venden cómo “un óptimo cuidado dental” pero que serían innecesarios si los animales estuvieran en condiciones naturales.
Algunos cetáceos en cautividad muestran comportamientos estereotipados, que son aquellos que se llevan a cabo de manera reiterada y sin finalidad aparente. En delfines y orcas, los más frecuentes son el nadar en círculos de manera repetitiva, o flotar en la superficie sin moverse y de manera letárgica durante largos periodos de tiempo. También, y sobre todo en grandes cetáceos como orcas u orcas negras, es común que froten sus barbillas en los muros de cemento, pudiendo provocarse graves heridas.
Para controlar estos comportamientos así como para establecer jerarquías artificiales (los responsables del centro deciden qué animal será el dominante y cuales les sumisos), es frecuente administrar Diazepam (Valium) y hormonas (como esteroides) a los animales para reducir su agresividad.
En todas las orcas macho en cautividad y en algunas hembras se observa la aleta dorsal caída. Sin embargo, este fenómeno en la naturaleza se observa sólo en entre el 1 y el 5% de los machos de ciertas poblaciones. Esta caída en cautividad probablemente ocurre por la gravedad (en los machos estas aletas pueden hacer 1,80 m de alto), debido a que pasan mucho tiempo en la superficie y no se sumergen a grandes profundidades y tal vez por la deshidratación que sufren estos animales.
Estudios demuestran que los delfines tienen una esperanza de vida inferior en cautividad que en libertad. En la naturaleza, se estima que la esperanza de vida máxima de los delfines es de unos 50-60 años, mientras que en cautividad rara vez viven más de 20. Estos datos no hacen más que demostrar que el estrés que les provoca la cautividad es, como mínimo, igual de mortal que los peligros de estos animales encuentran en la naturaleza: depredadores, escasez de alimentos, parásitos o amenazas provocadas por el hombre, como la polución – y debemos tener en cuenta que en estos centros reciben cuidados veterinarios que en la naturaleza no tendrían.
Se ha calculado que la mortalidad de las orcas en cautividad es 3 veces mayor que en la naturaleza. Mientras en la naturaleza pueden vivir hasta 70 años los machos y 90 años las hembras, en los delfinarios pocas viven más allá de los 25.
En el caso de las belugas, la esperanza de vida media es de 40-70 años. Estudios realizados analizando sus aros dentales indican que éstas viven en cautividad la mitad de lo que harían en la naturaleza.
Incluso la Asociación Europea de Zoos y Acuarios (EAZA), que entre sus 33 asociados cuenta con 18 delfinarios, declara que la mortalidad de los delfines es alta y la población insostenible. En su informe anual de 2003 escribieron “la mortalidad neonatal es un problema mayor que deja a la población total ex-situ de delfines mulares lejos de ser auto-sostenible. A falta de investigaciones patológicas el problema no se ha resuelto”.
Dado que no hay obligación legal de computar las muertes de crías de menos de un año (cuya mortalidad se calcula en el 40-50%) y que no todos países establecen la obligación de registrar las muertes de sus animales, el índice de mortalidad de los cetáceos en cautividad se desconoce, pero es casi definitivamente más alto de en las poblaciones salvajes sanas. A estos datos debería añadirse también los animales que mueren durante las capturas para reflejar el total de muertes provocadas por el cautiverio.
Tan sólo en el Zoo de BCN se han registrado 32 muertes de delfines, aunque la cifra exacta es mucho mayor si se tienen en cuenta las muertes de crías. De los más de 13 delfines nacidos en el Zoo de Barcelona entre los años 80 y 2000, sólo 4 lograron pasar el destete. Algunos de éstos ya han muerto, así como sus progenitores. La cría de beluga nacida en el Oceanográfico de Valencia en 2006 vivió tan sólo 25 días.
La principal causa de muerte de estos animales en cautividad son las infecciones bacterianas como la neumonía y la septicemia. Otros motivos de muerte pueden ser por agresiones de otros animales, torsiones intestinales - provocadas generalmente por el estrés, muertes durante el parto e incluso por comportamientos auto-destructivos (tendencias suicidas) o enfermedades como la tuberculosis o el virus del Nilo Oeste.