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El negro negocio de las ballenas blancas

El negro negocio de las ballenas blancas

En 1861 P. T. Barnum anunció su nueva exhibición en el museo americano de Nueva York: dos belugas vivas. La llegada de estas ballenas causó estupor entre el público, que nunca había visto animales vivos en cautividad. Le siguieron otros ocho o nueve intentos de exhibir cetáceos hasta que el museo ardió en 1865. Las belugas (Delphinapterus leucas) de Barnum fueron capturadas en la costa de Labrador (Canadá). Tras un largo viaje hasta la ciudad estadounidense en contenedores herméticos llenos de agua de mar, llegaron a su nuevo hogar, un tanque de 17 metros de profundidad y casi 8 de ancho.

Un siglo y medio más tarde, el pronóstico de la publicidad del éxito de Barnum se ha hecho realidad en acuarios de todo el mundo. De ellos, 57 son el hogar de unas 235 belugas, de las que 47 han nacido en cautiverio. Las otras 188 han sido capturadas en estado salvaje.

El desafortunado final de Nanuq

Entre ellas estaba Nanuq que falleció accidentalmente el pasado 19 de febrero en SeaWorld  Orlando (EE UU), cuando una hembra le rompió la mandíbula con la cola. Murió a causa de una infección que los veterinarios no pudieron tratar. “Ha sido un accidente raro que suele pasar en estado salvaje”, aclara Clint Wright, vicepresidente y director general del Acuario de Vancouver (Canadá). No fue un acto agresivo ni hubo saltos involucrados. El experto se muestra tajante: el accidente no se produjo por las condiciones del acuario o por el hecho de vivir en cautividad.

En 1996 la dirección del Acuario de Vancouver anunció que no volvería a capturar animales en estado salvaje para llenar sus instalaciones. “Había suficientes que nacían en cautiverio y ya no nos pareció justo capturar belugas. Fue una forma de mejorar la colaboración con otras instalaciones y reducir la captura en estado salvaje”, dice el canadiense. Sin embargo, muchas ballenas blancas siguen siendo capturadas, confinadas y transportadas por todo el mundo con fines puramente comerciales.

Rusia, la fiebre por la piel blanca

Canadá tiene 47 belugas en cautividad, 45 de ellas recluidas en el mismo centro en Ontario –Marineland–. Junto con China, que posee 72, son los países que acogen más ejemplares de estos cetáceos. El 100% de las que viven en los 18 acuarios chinos proceden del hábitat natural. En los países asiáticos, el negocio está en auge.

En 1992 el gobierno canadiense prohibió la caza de belugas salvajes. En la actualidad, Rusia es el único país que sigue capturándolas y exportándolas. Rusia es el tercer país con más ejemplares de estos mamíferos marinos en cautividad (41), todos capturados en estado salvaje. De este país parten todas las que se exportan a China y EE UU. La falta de legislación impide los controles exhaustivos. “Técnicamente podrías comprar con total legalidad una beluga y guardarla en la bañera” afirma Grigory Tsidulko, biólogo marino.

Ejemplo de ello es que en 2013 se autorizó oficialmente la captura de 245 ejemplares de beluga en Rusia con un solo destino: acuarios y delfinarios. “Se lograron capturar y transportar 81 ballenas, de las que 34 murieron durante el proceso de captura, y 7 a la espera de ser trasladadas a un acuario”.

Un informe publicado en 2009 por la Sociedad Mundial para la Protección de Animales señalaba que Rusia suministra belugas a EEUU, China, Tailandia, Egipto, Taiwán, Bahréin y Turquía.

Del Ártico al acuario

Una vez capturadas, las belugas son trasladadas a instalaciones del mar Blanco, a la estación marina de Utrish y a la de Sochi, entre otras. Allí permanecen un mes para luego ser transportadas a delfinarios rusos o extranjeros. El momento más estresante para las belugas es la captura. Al estrés de la captura le sigue la tensión generada durante el periodo de cuarentena a la espera de su destino final. “Es un periodo que incluye una alimentación inapropiada y riesgos para su salud”. Este es el momento más crítico de su vida en cautividad en términos de adaptación y riesgos de muerte. Las que sobreviven vuelven a ser transportadas a sus acuarios de destino, “lo que incluye más estrés fisiológico, carencia alimentaria y deshidratación”, asevera Dmitri Glazov, invetigador.

Más que un gran agujero

Para la científica Naomi Rose, “la mayoría de las belugas permanecen en monótonos tanques de hormigón”, pero necesitan más que “un gran agujero azul en el suelo”, dice Wright.

Además de exhibir animales, los acuarios son lugares de investigación para científicos. En el centro marino del acuario de Vancouver, la investigadora Valeria Vergara estudia el desarrollo del lenguaje vocal de cetáceos en cautividad. “Es una de las especies de cetáceos que emite más cantidad y variedad de sonidos”.

El Blackfish de las belugas

El acuario de Georgia, EEUU,  solicitó la importación de 18 belugas capturados previamente en Rusia y que esperaban en la estación marina de Utrish su traslado para la industria del entretenimiento. El revuelo social y mediático que originó la petición, llevó al organismo americano a prohibir dicha importación.

La realizadora Gayane Petrosyan se inspiró en estos hechos para grabar junto al científico Grigory Tsidulko, la productora y escritore Tatiana Beley y la campeona rusa de buceo libre Yulia Petrik la realidad de las capturas, el transporte y el comercio de estos animales. Earthrace Conservation Organization apoyó la grabación y se estrenará el próximo otoño bajo el título de “Born to be Free”.

Fuente original y fotos: SINC

21 de abril 2015

info@sosdelfines.org